Sin principio ni final.

Llegar hasta el final de la historia una vez que ésta empezó, cada vez que se reproduce en tu cabeza, los lunes, siempre los lunes.  Llegar hasta el final de esta historia sentimental y sensible, conseguir hacerlo es liberar esa sensación y darle salida, como dice Bukowsky. “Si vas a intentarlo ve hasta el final de la historia” Llega hasta el final y no solo se liberará la historia sino también tu”

Por eso ésta es la historia en la que Juan abraza a Leo así de fuerte, una mañana cualquiera de un fin de semana cualquiera, en un parque, disfrutando del día. Juan y Leo se funden en ese abrazo de padre a hijo y de hijo a padre, agotando todas las horas, todos los minutos y todos los segundos posibles del universo, disfrutando cada instante, cada penumbra, cada sol, cada gemido, cada melancolía, cada risa. En medio del abrazo el sol entra por la de la chopera; el frío de la mañana es intenso, sopla muy fuerte el viento.

Cada segundo cuenta, cada instante es el mejor segundo de nuestra vida. Ahora mismo siento que debo decirte lo mejor, sentirte como nunca antes lo había hecho, abrazarte sintiendo más que nunca; que la hora anterior, que el minuto y el segundo anteriores. Ahora mismo siento…

Por eso el abrazo de Juan y de Leo es vida, es alegría, es amor, del hijo que se convierte en padre. Pero a la vez ese gesto es tristeza, recuerdo, sobre todo recuerdo y lejanía del padre que es hijo al mismo tiempo. Porque nadie nos ha enseñado a ser padres, pero tampoco nadie lo ha hecho a ser hijos.

Así, esta es la historia del hijo que es padre, y a su vez del padre que se convierte en hijo. Es la historia que siempre se repite, como el girar del universo, como el girar del destino, solo los lunes, siempre los lunes, siempre es así.

Por eso los lunes son especiales, por eso los lunes son difíciles, porque atentan contra los sentimientos, contra las miradas melancólicas, porque provocan la zozobra de pensar en la inmensidad de la semana que queda por delante, porque recrean la melancolía del fin de semana pasado, porque en ellos se mezcla todo; por eso.

Ahora de nuevo vuelve el recuerdo. Ahora Juan recuerda esa antigua foto en blanco y negro de un padre siendo niño, (quizás era la foto de su propio padre) de hace muchos años, cuando no existía todavía el color en las fotos y todo era en blanco y negro. El marco de la foto es de plata, la foto es muy pequeña, está en mal estado y detrás del niño hay un mapa geográfico. En el viejo pupitre en el que se apoya hay una bola del mundo y dos tinteros con plumillas. De nuevo vuelve a él ese recuerdo y de forma automática, éste le lleva hasta las fotos en el parque de aquel fin de semana y de aquel abrazo pequeño, diminuto, cariñoso, pleno, feliz.

Por eso esta historia va de abrazos, de besos, de melancolía, de recuerdo. De abrazos del hijo que es ahora padre a su propio hijo, y que recuerda al padre, a su padre siendo hijo. Porque el círculo cada vez se hace más estrecho y pequeño, porque todo empieza y termina, porque todo es principio y final.

Por ello regresa otra vez el recuerdo, en forma de imagen borrosa, de la foto en blanco y negro, de ese niño sentado en el viejo pupitre, de otro tiempo, flaco y famélico pero sonriente y feliz, con la bola del mundo a un lado y con los brazos cruzados en forma de pose autoimpuesta al mismo tiempo.

Y esta es la historia de Juan y de Leo, pero es la historia de muchos hijos que se han convertido en padres y que viven la vida con sus hijos cada minuto, cada segundo, intensamente. Pero a la vez resurge el recuerdo en forma de mirada del padre de la foto en blanco en negro. Ese padre que desde la mirada de niño demanda igual que el hijo, con su mirada melancólica, con su cara delgada, con su fino cuerpo diminuto, lo que siempre necesita un hijo.

Este es el final de la historia, una historia que no tiene principio ni tampoco final, que no se sabe dónde empieza pero tampoco donde termina; una historia más, otra historia.

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